Ponencia en el CEP de Torrelavega - Parte 2
Por vidalrlavid | El 06/02/2019
CÓMO SE UTILIZAN LAS EMOCIONES VS. CÓMO DEBERÍAN GESTIONARSE
Aunque algunas de las emociones utilizadas en la actividad política son estrictamente negativas, como el asco, lo cierto es que la mayoría de ellas pueden tener consecuencias beneficiosas si se gestionan adecuadamente. Una misma emoción puede contribuir a que la sociedad alcance sus objetivos de igualdad y libertad o a estimular el odio racial y el resentimiento entre grupos sociales, todo depende de si se gestionan de forma apropiada.
Por ejemplo, si se convierte la reflexión crítica sobre las causas del miedo en guía para la acción legislativa. Un manejo prudente de la ira a través del conocimiento de los motivos que la activan puede contribuir a la autoprotección. La envidia, si se logra convertir en deseo de emular, podría animar a ser mejor
Uno de los escenarios que aumenta la probabilidad de que la vergüenza sea constructiva es que no la sienta únicamente un grupo reducido de personas, sino la colectividad al completo. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando los ciudadanos se enfrentan a cualidades negativas de su comunidad, como el racismo o el machismo.
Y para superar el asco irracional hay que acercarse y convivir, conocer la realidad de los otros y tratar de compartir proyectos y metas con ellos.
PWP 12. Emociones que, adecuadamente gestionadas, influyen positivamente en el ámbito social:
- Ira Actividad fisiológica focalizada en tarea concreta
- Miedo Determinar contra qué proteger a la sociedad
- Compasión No particularista, forma de empatía y altruismo
- Envidia Emulación: nos incita a mejorar
- Vergüenza Eliminar cualidades negativas de la sociedad
- Orgullo Nacionalismo inclusivo, bienestar general
- Asco No tiene faceta positiva en el ámbito social
CONCLUSIONES: POR UN USO INTELIGENTE Y FRUCTÍFERO DE LAS EMOCIONES
¿Qué hacer desde el ámbito educativo para que una sociedad como la nuestra, en la que prima la competitividad por encima del apoyo mutuo y donde el egoísmo y la codicia se imponen sobre la generosidad y el altruismo, deje de generar emociones negativas contra colectivos minoritarios y pase a considerarlos como iguales?
Sería fundamental para empezar contar con la colaboración de unas instituciones políticas que garanticen los derechos básicos de los ciudadanos estableciendo unos “principios redistributivos orientados a proporcionar oportunidades a todos los ciudadanos por igual”. Pero esto chocaría, sin duda, con los privilegios adquiridos por los más favorecidos que, presumiblemente, no admitirían la merma de su situación ventajosa.
La larga tradición de desigualdad y egoísmo ha provocado una visión tan individualista de la política que la mayoría de las personas solo se preocupan por su bien propio y, si acaso, por el de su círculo más próximo, aunque ello signifique perjudicar a los demás ciudadanos. Por esta razón, resulta necesario un cambio de paradigma que nos permita pasar de una sociedad fundada en el miedo, el odio y la codicia, a una sociedad cimentada sobre el respeto, el amor y la justicia. Esa renovación de paradigma, que supondría un auténtico cambio en la mentalidad social, solo puede venir de la mano de la educación; una educación que nos enseñe a servirnos del conocimiento interno personal y de la inteligencia emocional para gestionar nuestras emociones y tratar de que éstas sean socialmente productivas. Aunque para ello habría que contar no solo con el sistema educativo oficial, sino con la enorme aportación educativa que podrían representar los contenidos de los medios de comunicación y las redes sociales.
Se trataría de conocer y hacer un uso inteligente de nuestras emociones, promoviendo la “inteligencia emocional”, entendida como “la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último –pero no, por ello, menos importante–, la capacidad de empatizar y confiar en los demás.” (Goleman)
La gestión de nuestros estados emocionales es algo que llega a aprenderse con el tiempo. Los niños, por ejemplo, no regulan sus emociones, simplemente las expresan de manera natural y espontánea. Su sinceridad está socialmente aceptada debido a que no se les exige una regulación emocional. Sin embargo, esa tolerancia disminuye a medida que crecen, hasta llegar a la madurez, momento en el que se les exigirá una adecuada gestión de sus sentimientos. Dado que hasta entonces no han tenido muchas ocasiones para aprender a administrar sus emociones, es probable que, al llegar a la madurez, su gestión emocional sea bastante tosca e imprecisa. Por eso resulta tan necesario que el sistema educativo abra paso a una educación que cultive la inteligencia emocional: reconocer las emociones que impulsan nuestros actos y cuáles son sus causas; aprender a expresarlas eficientemente a través de la ampliación de nuestro vocabulario emocional y no dejarse engañar por emociones secundarias que están causadas por otra emoción, que es realmente la que impulsa nuestra acción, son algunos ejercicios interesantes para desarrollar la inteligencia emocional.
Solo una adecuada formación en materia emocional hará que los ciudadanos puedan detectar el uso espurio e interesado de las emociones, fortaleciendo su capacidad crítica.
PWP 13. Si promover la inteligencia tiene un efecto liberador, no es de extrañar que cualquier estrategia de dominación pase por “idiotizar” al ciudadano. “Para conseguirlo, el poder se vale del entretenimiento vacío, con el objetivo de abotargar nuestra sensibilidad social y acostumbrarnos a ver la vulgaridad y la estupidez como las cosas más normales del mundo, incapacitándonos para poder alcanzar una conciencia crítica de la realidad.” (F. Navarro)
Los medios de comunicación tienen también en su mano fomentar la inteligencia de los espectadores o, por el contrario, contribuir al embrutecimiento generalizado. Esto es especialmente negativo para la salud intelectual de un país como el nuestro, en el que una gran parte de los contenidos televisivos merecen, verdaderamente, el calificativo de “basura”, primando en ellos el lenguaje soez, el morbo y el sensacionalismo.
A estos efectos, ningún contenido audiovisual resulta neutro pues, la contemplación cotidiana de películas y programas televisivos en los que los valores que los héroes defienden son, básicamente, la necesidad de venganza indiscriminada hace que “desaprendamos” poco a poco todo lo relacionado con los valores sociales que pudimos aprender en la escuela. Si uno examina los contenidos televisivos y la temática de los videojuegos encuentra una presencia abrumadora de agresiones y crímenes violentos que habitúan a los jóvenes a contemplar, sin apenas inmutarse, una violencia gratuita que maltrata y destruye a seres humanos, en la que no hay cabida para sentimientos de compasión.
PWP 14.
- Valores promovidos por la escuela:
La autonomía personal, el respeto a la ley como sistema consensuado para el ejercicio de las libertades individuales, la tolerancia, la capacidad para argumentar, el trabajo y la competencia para alcanzar la dignificación personal, el pacifismo, la solidaridad y la cooperación.
- Valores transmitidos a través de los medios de comunicación de masas:
El individualismo, el recurso a medios ajenos a la ley para solucionar conflictos, la tolerancia, pero también las actitudes intolerantes, el éxito y la belleza como factores de persuasión, el desprecio por la argumentación racional, el consumismo exacerbado, la cultura de la pereza, la exaltación de la violencia como espectáculo divertido, la competitividad, etcétera.
La búsqueda competitiva de la audiencia determina la expansión del sensacionalismo tanto en la selección de contenidos como en el tratamiento que se da a los mismos.
“En esta subcultura del entretenimiento vacío, lo que se promueve es un sistema basado en los valores del individualismo posesivo, en el que la solidaridad y el apoyo mutuo se consideran como algo ingenuo. […] La historia no existe, el futuro no existe; sólo el presente y la satisfacción inmediata que procura el entretenimiento vacío.”
Por ello resulta decisivo promover la existencia de medios que estimulen la curiosidad, la creatividad y el espíritu crítico de los ciudadanos, de forma que su aprendizaje en valores se consolide con el tiempo en lugar de deteriorarse.
En resumen, una gestión consciente de nuestras emociones a través del conocimiento de nuestras propias posibilidades, junto a un sistema educativo y unos medios de comunicación honestos que propicien el pensamiento crítico y la curiosidad intelectual, serán la mejor garantía para un ejercicio verdaderamente libre de nuestra ciudadanía.
Basta con observar la propaganda política y la publicidad comercial para percibir la importancia del factor emocional: sus mensajes raramente contienen un argumentario racional que apele a las ventajas estrictamente racionales del producto o idea que se trata de vender. Es frecuente encontrar, tanto en los anuncios publicitarios como en los discursos políticos, eslóganes dirigidos directamente a nuestras emociones y sentimientos bajo la engañosa apariencia de explicaciones racionales, falacias ad populum que pasan inadvertidas a la mayoría de la población: “el cerebro político es un cerebro emocional” “en política, cuando razón y emoción colisionan, la emoción gana invariablemente.” (D. Westen.)
Solo con ciudadanos libres, que tengan un pleno dominio sobre sus emociones y, a partir de ahí, sobre sus decisiones, será posible construir una sociedad que merezca el calificativo de democrática. Una tarea en la que la educación ha de ser el pilar fundamental para lograr una actitud crítica y una formación en valores que haga que las decisiones políticas, que habrán de ser las decisiones de la mayoría, estén inspiradas en sólidos principios éticos.
4. La construcción de ciudadanía desde el sistema educativo:
ESTRATEGIAS PARA EL DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA SOCIAL.
Los mecanismos psicológicos que dirigen nuestras opciones políticas pueden llevarnos a comportamientos que no habíamos previsto. El sistema emocional está radicado en estructuras cerebrales muy antiguas —el llamado sistema límbico— que cambian con lentitud. En cambio, las funciones racionales residen en el córtex, que es la parte del cerebro evolutivamente más moderna, y que cambia con mucha rapidez mediante el aprendizaje. Por eso es más fácil cambiar de ideas que de estilos emocionales. Ambos sistemas —afectivo y cognitivo— interaccionan de forma estrecha. Las emociones impulsan a la acción, y el córtex intenta modularlas, dirigirlas y controlarlas. Podemos reconocer racionalmente que una emoción es inadecuada o destructiva, y, sin embargo, seguir sintiéndola. En esto las emociones se comportan como las ilusiones perceptivas.
Algo parecido ocurre con las emociones. No puedo dejar de ver maravillosa a la persona que quiero. El nacionalista no puede dejar de emocionarse al pensar en su nación y los aficionados al futbol son reacios a cambiar de equipo por mucho que les decepcione. Son sentimientos aprendidos, a partir de una predisposición innata, lo mismo que el aprendizaje de la lengua propia, pero eso no elimina su poder. Poder que solo resulta efectivo para quienes están emocionalmente integrados en ese grupo. Todos los argumentos en contra de ese sentimiento pueden ser tan inútiles como los que nos hacemos acerca de la ilusión perceptiva. Se mueven en capas mentales diferentes.
El asunto se complica porque las emociones ponen a la razón a trabajar en su favor, lo que ha hecho que el sentimiento de pertenencia al grupo —la emoción tribal— se amplíe y busque nuevos fundamentos.
En Grecia, se estimuló el orgullo de pertenecer a la ciudad. Recuerden el discurso de Pericles sobre la gloria de Atenas. Roma también fue un símbolo movilizador. 'Dulcis est pro patria mori'. Posteriormente, se fomentó la fidelidad al rey, y, a partir de las revoluciones del siglo XVIII, se transfirió a la nación.
En cambio, los valores universales son racionales. Hasta ahora no están acompañados de emociones tan profundas como la pertenencia al grupo. Después de la guerra mundial Habermas lanzó la idea del “patriotismo constitucional”, intentando racionalizar y aprovechar la emoción patriótica en bien de toda la ciudadanía. Pero resulta una noción fría, sin capacidad de arrastre. Una defensora de la “ciudadanía mundial” y de los “valores universales” como Martha Nussbaum lanzó un debate sobre el patriotismo, defendiendo un “patriotismo universal”. Muchos insistieron en la dificultad, por ejemplo, de pedir sacrificios en pro de la comunidad basándose solo en argumentos racionales. El cosmopolitismo lleva con frecuencia al desarraigo, que acaba fomentando un individualismo desvinculado.
Conclusión: No es lo mismo porque la emoción tribal tiene su sede en el cerebro límbico, mientras que los valores universales radican en el córtex cerebral. Se puede ser nacionalista visceral y cosmopolita racional. Lo interesante sería lograr una justa negociación entre ambos.
Las emociones profundas nos hacen vulnerables, porque son fáciles de manipular desde fuera -miedo, furia, indignación-. Son, además, contagiosas, lo que resulta visible en las movilizaciones masivas y actúan sin que el sujeto sea consciente de ellos. Pueden funcionar de manera tan implacable como las ilusiones perceptivas. Todos podemos ser colaboracionistas, sin saberlo, de situaciones que conscientemente reprobamos. Los prejuicios actúan subrepticiamente, percibiendo solo aquellas informaciones que los corroboran. Hay diferentes test que revelan nuestros prejuicios escondidos y es fácil llevarse sorpresas desagradables. ¿Entonces hemos de admitir que no somos libres, que nuestras decisiones nos vienen dadas por esos sistemas ocultos que albergamos en nuestra memoria sin saberlo? No. Solo debemos recordar que la libertad no es algo dado, sino una ardua tarea.
5. Incorporación de la perspectiva emocional a la educación para la ciudadanía.
- Atención a las emociones, que habrán de ser el punto de partida de toda pedagogía.
La adquisición de una sensibilidad que nos acerque a los problemas sociales se mueve en el campo de lo emocional, el deseo de aspirar a una justicia social es algo que tiene que surgir de una emoción. Por eso, una forma de contribuir a la consecución de competencias en este ámbito tiene que partir, necesariamente, de la consideración de los aspectos emocionales. Solo si hay implicación emocional se puede llegar a adquirir algún tipo de compromiso y solo así se llega a participar de las soluciones a estos problemas.
En la base de todo proyecto humano hay siempre una emoción, un sentimiento, algo que impulsa de un modo diferente a como lo hacen las razones. La racionalidad es una gran conquista en el proceso evolutivo, los humanos somos más civilizados y nuestra vida es mejor, más feliz, en tanto que somos capaces de establecer de modo racional los principios científicos fundamentales y los límites de los principios éticos, de la propia convivencia, la organización social... Tenemos en la razón, por tanto, un aliado importantísimo, en las relaciones sociales y en la política se imponen las razones, pero siempre sin olvidar que las emociones son finalmente el campo en el que vivimos, y a la hora de aprender algo, podríamos recordar aquello de que para aprender, el cerebro necesita emocionarse. Así que aprendemos razones, pero siempre desde una perspectiva emocional. Cuando se trata de establecer una forma de pensamiento equilibrada e independiente, es fundamental tener bajo control las emociones o poder gestionarlas bien, Supongo que todos tenemos experiencia cunado en un debate racional o lógico, los participantes se muestran poco razonables porque, una vez han adoptado una determinada posición y la defienden apoyándose en emociones y sensaciones, una vez que han puesto pasión en la defensa de una posición o principio, les es muy difícil atender a razones contrarias.
Parece como si fuese cierto que la forma en que procesamos una información que nos llega de un ideólogo o de un discurso de alguien afín es muy distinta a aquello que emocionalmente consideramos como ajeno o contrario, o incluso a lo que tenemos manía.
CONCLUSIONES
Si hemos optado por vivir en democracia porque nos parece más justo, es imprescindible que procuremos que los ciudadanos tengan una formación lo más amplia posible sobre temas de carácter social y político y una buena formación ética, además de independencia de pensamiento, capacidad crítica.... solo así podemos tener una cierta garantía de que las decisiones que se tomen no sean extravagantes, locas, y contrarias a la paz social.
Es habitual destacar lo importante que es aprender matemáticas, lengua... lo es entre otras cosas porque contribuirá en mayor o menor medida al desarrollo económico y cultural de la sociedad, pero donde nos la jugamos de verdad es en la capacidad que esas personas tengan para tomar decisiones que afecten a la vida real de todos los ciudadanos. Por eso es fundamental una formación ciudadana que tiene como uno de sus prólogos la competencia emocional y competencia social: la capacidad para gestionar adecuadamente las emociones, y en lugar de dejarse llevar sin más por ellas ser capaz de establecer un diálogo que equilibre la fuerza de la emociones y el valor de los argumentos racionales.
La estrategia que seguimos al plantear nuestras actividades es la de intentar provocar emociones, sensaciones y sentimientos que acerquen las problemáticas, porque entendemos que si no hay un primer punto de sensibilización tampoco van a acabar empatizando, y es algo que resulta imprescindible si queremos, primero, captar su atención, motivación, y que se impliquen suficientemente como para intentar desarrollar resoluciones a cualquier problema de convivencia y generar finalmente actitudes de compromiso social.
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6. Un ejemplo de actividad de construcción social: “En busca de la sociedad perfecta” – Cómo utilizar las vivencias personales de los alumnos para aumentar su motivación por el estudio de temas sociales y acrecentar su sensibilidad, su conciencia y su compromiso sociales.